UNA FLOR NO ES VERANO,  NI UN JARDIN LA PRIMAVERA



Hoy en día, en que en la muñeca de cada uno de nosotros, hay un reloj y que, además todos tenemos una buena colección para poder elegir el adecuado para cada ocasión, la necesidad de un reloj público se relativiza enormemente.

Hace unos pocos años, la cosa era a la inversa, ya que a lo sumo, un encargado tenia un reloj de bolsillo, tipo “Roskopf” que era el que regia toda la actividad de la jornada.

Entonces, y antiguamente, un reloj público era una necesidad ineludible ya que dependía todo de él, en el campo o en la pujante industria.

Era tanta la dependencia del reloj que se redactaban contratos para su mantenimiento como el que se publica en éstas mismas páginas.

Hoy la dependencia es prácticamente nula y cuando tratamos de un reloj de éstas características, que tenga sobre sus ruedas más de 100 años, debemos verlo, no como el regulador de nuestras vidas, sino como lo que ha sido y sigue siendo, una obra de arte.

Así, cuando nos planteamos una restauración, no se debe pensar sólo en el aspecto externo. En la mayoría de casos, el auténtico valor de la obra es en el interior de la torre o edificio.

Por mucho que se arguya sobre el tema de la exactitud, hay muchas razones que hacen que los argumentos para sustituirlos sean todos ambiguos.

En primer lugar el tema de la exactitud choca frontalmente con el tema que apuntaba antes de la necesidad, pero debo añadir que el arquetipo de la exactitud, el famoso Big Ben de Londres, es un reloj mecánico que se puede ver a través del enlace de Towerclocks. No creo que los ingleses se planteen cambiarlo por uno de japonés.

Viene esto a cuento de que, con un mínimo mantenimiento y una buena dosis de amor al hacerlo, un reloj mecánico puede dar excelentes resultados, a veces superiores a los relojes electrónicos. Además, sin modificar el mecanismo, éste se puede monitorizar electrónicamente para darle, si fuera necesario, más precisión.

En segundo lugar, el hecho que en ocasiones, por un mantenimiento escaso o por los años de funcionamiento (o falta de funcionamiento) se deba cambiar alguna pieza, no es excusa para cambiar todo el reloj, ya que si un relojero lo construyó totalmente, otro relojero puede hacer una pieza nueva. Lo que a veces falta es la voluntad de hacerlo.

Los que defienden los relojes extranjeros por encima de los autóctonos, algún interés esconden, y no siempre es noble. El que prefiere un reloj japonés antes que uno de su tierra, sin diferenciar Aikido de Mikado o Ikebana de Arakiri, es porque, seguramente, su corazón no es ni de aquí ni de Japón.

El mantener en funcionamiento un reloj mecánico no se debe entender, nunca, como una carga de la que debemos librarnos, sino al contrario, debe ser un orgullo el demostrar a todo el mundo nuestro nivel cultural al restaurar y mantener  lo que es nuestro.

En muchos sitios, para ayudar a pagar el mantenimiento, se ha montado una cámara y un monitor, junto con un monedero, por donde se puede ver el funcionamiento de la maquinaria. Ya me dirán qué enseñarían si el reloj fuera electrónico.

En muchos casos, el patrimonio no se cuida, simplemente, por una falta de acuerdo entre los titulares de su propiedad, sin ver, los protagonistas, que el patrimonio no tiene dueño, no es de nadie por ser de todos. Todos somos usufructuarios.

A veces se han visto acciones de “restauración” que en cualquier país civilizado habrían acabado con la cárcel para los protagonistas por la destrucción de patrimonio. Aquí no pasa nada (si no les dan una medalla) Esperemos que la cosa cambie pronto.

En muchos países se sacan los relojes de los museos y se les devuelve a sus torres ya que se han percatado de que es  el sitio donde mejor se conservan, en su sitial y funcionando. Aquí los ponen en la entrada del Ayuntamiento para que “los niños los puedan tocar” y todos sabemos cómo tocan los niños. Así aseguran la dependencia exclusiva de su reloj electrónico que, en el mejor de los casos, durará 5 años, esto si un rayo no lo fríe antes. Viva la  especulación.

Está pasando con los relojes igual que, tiempo atrás, pasó con los castillos. Destruir sin más, por el placer de destruir o por el interés de vender la piedra. Hoy se restauran estos mismos castillos y todos contribuimos, puesto que se hace con dinero público.

Los relojes tienen autor, aun que no siempre llevan su firma. En algunos casos son verdaderas obras maestras de relojeros de fama indiscutible. Y quienes, en el momento de cambiarlo, lo califican y tratan como chatarra, si pueden, lo recogen celosamente para darle otro destino.



Joan Pedrals-2003



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